Mundar de Juan Gelman
>> jueves, 23 de junio de 2011
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Mundar
Juan Gelman
Desde sus primeros libros, Juan Gelman ha encontrado en el habla infantil una forma de indagar esas pequeñas fisuras del lenguaje que le abren paso a la poesía. De este "hablar niñando", hablar forjado en una zona preverbal, surgen voces que son claves para explorar el peculiar universo de uno de los poetas más deslumbrantes y más influyentes de las últimas décadas: amorar, primaverar, mundar, verbos afines a la necesidad de abolir ciertas pautas culturales y gramaticales que nos alejan de la esencial vocación de toda poesía: nombrar lo que no sabemos nombrar, decir lo indecible.
En un poema de 1982 redactado en Roma, Gelman acuña el verbo que ahora sirve de título a este nuevo libro: "y la pasión mundaba como loca en tu voz", nos dice a propósito de "la negra Diana", compañera rebelde asesinada en la Argentina. ¿Y qué podían buscar sus verdugos, los promotores del no mundo, sino sofocar ciertas maneras de decirle que sí a la lucha, a la ternura, a la belleza?
Pero la muerte, nos aclara puntual el poeta, adolece de varios defectos. Más de un cuarto de siglo después, el verbo anómalo y certero ratifica su visión afirmativa, su necesidad de oponerse, de nuevo y todavía, a todo lo que apuesta contra las cosas imperceptibles que soportan el mundo: el pato salvaje que cruza el cielo como una ilusión; el amor que se besa en los puentes; el sencillo callejón de la espera; el sol joven que cesa la vida de la muerte; la hermosura de las calles; los mares, las mareas y todas esas tramas que hacen que el mundo no sea más que mundo... "y ninguna otra cosa".
En un poema de 1982 redactado en Roma, Gelman acuña el verbo que ahora sirve de título a este nuevo libro: "y la pasión mundaba como loca en tu voz", nos dice a propósito de "la negra Diana", compañera rebelde asesinada en la Argentina. ¿Y qué podían buscar sus verdugos, los promotores del no mundo, sino sofocar ciertas maneras de decirle que sí a la lucha, a la ternura, a la belleza?
Pero la muerte, nos aclara puntual el poeta, adolece de varios defectos. Más de un cuarto de siglo después, el verbo anómalo y certero ratifica su visión afirmativa, su necesidad de oponerse, de nuevo y todavía, a todo lo que apuesta contra las cosas imperceptibles que soportan el mundo: el pato salvaje que cruza el cielo como una ilusión; el amor que se besa en los puentes; el sencillo callejón de la espera; el sol joven que cesa la vida de la muerte; la hermosura de las calles; los mares, las mareas y todas esas tramas que hacen que el mundo no sea más que mundo... "y ninguna otra cosa".
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